Un bello recorrido entre Fiemme y Fassa.

Moena y el Hotel Laurino.

Una dinastía de hoteleros que en muchas épocas ha salido adelante por la vía femenina, con el consiguiente cambio de apellidos: Facchini, Zenti, Galbusera. Pincelando la historia, como dice de ella su hijo Lorenzo: una señora dulce, Carla Zenti Galbusera, promoción del 1923. Sobre la mesa decenas de fotografías, cuadernos, manuscritos.

“Mi familia entró en el mundo de la hostelería con una pequeña fonda, la Osteria Centrale. Había también una tiendecita donde se vendía un poco de todo, lo llamaban “bazar”. La crearon el abuelo Domenico Facchini y su mujer Margherita en 1910. A mi madre y a sus hermanas, que trabajaban allí, las llamaban las “bazares”. Para montarlo todo les había sido muy fue útil un dinerito recogido por Caterina (Catina), la hermana de mi madre, y por su marido Domenico Pettena. Habían trabajado en Innsbruck, ella como modista y él como albañil. La tienda tuvo mucho auge durante la Primera Guerra Mundial, cuando Domenico, “Menegotto”, de albañil pasó a barbero y encontró una clientela abundante entre los soldados destinados en Moena (el frente estaba cerca, en S. Pellegrino). La familia perdió aquel capital, ya que lo había invertido en títulos del gobierno austriaco que, al final de la guerra, perdieron su valor. Pero cambió de estatus social: de campesinos a pequeños empresarios”.

¿Quién era el alma del negocio?

“Catina. No había estudiado, pero… mira… se la enseño…”

Esta postal que escribió ella en 1906 a su novio, redactada en letras griegas (para que sus padres no pudieran leerla). Cogió las riendas de la familia a los 16 años, debido a una enfermedad de la abuela. Después de la guerra fue la animadora del hotel Centrale. El edificio contaba con los primeros retretes realizados en Moena, con aseo, y se abrió en 1925. El hotel enseguida atrajo a una clientela de elevado nivel. Una gran parte de los clientes venían de Trieste. Un hermano de mamá y Catina abrió una tienda de muebles en esa ciudad y tuvo mucho éxito. En un segundo momento, mi tío Antonio Facchini abrió, junto a mi padre, Gaetano Zenti, una fábrica de muebles también aquí en Moena, en 1923. Mi padre compró el primer camión del valle y transportaba los muebles de Moena a Trieste. A volver, el camión transportaba al valle los equipajes de los huéspedes del hotel familiar. Es difícil detener a Carla, que pone todo de sí misma (y amor, muy fuerte, por las “raíces”) en la narración.

“Eran turistas de un cierto nivel social. El Centrale trabajó mucho gracias a Domenico, hijo de Catina, que había ido a la universidad de Trieste. Allá se inscribió en la FUCI (Federación de Universitarios Católicos Italianos) y el Centrale se transformó un poco en la central de los “fucini” italianos.”

“Fue Catina por lo tanto la auténtica promotora de su dinastía de hoteleros.”

“Una mujer muy activa. Otra hermana de mi madre, Maddalena, llamada Nenòla, hacia 1928 compró una fonda, la Osteria del Tamburòn, y la transformó en el hotel Posta. Era distinta de Catina y mi madre Giustina, que siempre trataron de ascender socialmente. Por ejemplo, nunca nos permitieron, a sus hijos, ir a pasear calzados con zuecos. Nenòla nunca fue muy ceremoniosa y el hotel siempre fue extremadamente modesto. La tía era muy simpática y le tomaba el pelo a mi madre: “L’è na siora, la mete el ciapèl” [La señora, se pondrá el sombrero]

“¿Y Giustina, su madre?”

“Una mujer bella, muy elegante. La llamaban la Schònheit de Moena. Se casó con mi padre, Gaetano Zenti, que fue el primer sargento de los carabinieri enviado por Italia al valle, después de la guerra, sustituyendo a las fuerzas del orden austriacas. Era veronés. Una persona excepcional, sobre todo por su cultura, autodidacta, y su espiritualidad. Diría, un hombre santo. Dejó el ejército y durante un cierto tiempo trabajó en Trieste con mi tío. En 1923 regresó a Moena donde fundó una fábrica de muebles. En 1932, con mi madre, inauguraron el Hotel Moena. El capital invertido fue conseguido en gran parte con préstamos. Sabe, mi padre tenía 13 hermanos, muy unidos entre sí. La viuda de un hermano le prestó 70.000 liras, y otros hermanos le dejaron otras cantidades.”

Un torrente tumultuoso, la Señora Carla. Que sigue emanando agua. Con una sonrisa en los labios.

“¿Qué tipo de turismo visitaba Moena, entre las dos guerras?”

Casi exclusivamente italianos. Teníamos a una clientela extremadamente cualificada. En el Hotel Moena había que sentarse a la mesa con el traje de media tarde. Era un hotel con agua corriente caliente y fría, en todas las 46 habitaciones. El primero de la zona. El mérito del éxito del hotel se lo debe también al honorable Cingolani (fundador con de Gasperi y Sturzo del Partito Popolare y muy vinculado al Vaticano). Él conocía a toda la gran nobleza romana. Invitó a Moena a personas de su círculo. Cingolani estaba en el Cervo, pero mandaba al Moena a sus amigos, porque teníamos agua caliente. Vinieron los Cattaneo, la marquesa Spinola, el marqués Serafini, gobernador del Vaticano, el cardinal Tedeschini… En general llegaban con su chófer privado, y después recuerdo a las niñeras de Ciociaria, con su pecho generoso. De las damas de compañía ilustres recuerdo la de la princesa Orietta Doria Panfili, de Roma, después la de Murri (nieta del famoso médico y docente, cuyo padre fue asesinado por su mujer y por el amante de esta. Un caso muy famoso en esa época). También recibíamos a clientes hebraico-italianos”.

“¿Cómo se prepararon sus padres para tratar con gente de un entorno social tan elevado?”

“Eran amigos de directores de grandes hoteles: recuerdo a Lattesschlager del Grand Hotel Carezza, los Staffler del Grifone y del Laurino de Bolzano, los Toffol de S. Martino. Mamá estudiaba. Tenía un libro de técnica hotelera Il topo d’albergo e Signorilità [el ratón de hotel y la educación], un libro de urbanidad de Elena Della Rocca Mozzati, dama de la corte de la reina Margarita de Saboya. Mi madre intentó educarnos basándose en esos parámetros. Después, las dos, pidieron consejo y ayuda para administrar el hotel a sus propios clientes: la condesa Pivato, los Beck, los Canedi. Papá murió en 1941 y, de sus 5 hijos, la que tuvo que coger las riendas del hotel fui yo.”

“¿Era buena cocinera su madre?”

“Sí. Durante años la ayudó el cocinero Antonio Banalotti, que fue después el cocinero del Duce. Al final de la guerra mamá lo recuperó, pero tuvo que dejarlo en seguida: se había acostumbrado a los gastos y fastos del régimen fascista. Después de 1943 en el hotel alojamos a algunas familias de refugiados. Y entre estas a la familia Galbusera, con mi futuro marido Alessandro. Después las instalaciones fueron ocupadas por las tropas alemanas (recuerde, era el mando general de la marina alemana en Italia), y posteriormente por los americanos que transformaron el Hotel Moena en un almacén de armas.”

“¿El turista de la posguerra?”

¡Mamá no quería ni entrar en el comedor! En 1946 los clientes eran gentes enriquecidas por la guerra, groseras y maleducadas. Con la división de los bienes de familia, yo recibí la dependencia del Moena que, junto a mi marido, transformamos en el Hotel Laurino, que gestamos todavía hoy. Comenzamos en Navidad de 1954. Fue una aventura. Mi marido logró instalar la calefacción precisamente en Nochebuena. Pero tuvimos una “suerte de escándalo”. Abrimos sin ni siquiera una reserva, pero ese año solo nevó en esta zona.

“El 26 del mismo mes el hotel estaba lleno -afirma Alessandro Galbusera. Llegaron llamadas del Valle de Aosta, de Abetone… todavía no existía una auténtica temporada de invierno, la gente vino aquí para los quince días de Navidad. Pero era una buena clientela. Muchos profesionales. En 1955-1956 tuvimos con nosotros a Papi, el rector de la Universidad de Roma, después a Ruini, el presidente de la Constituyente.”

“Carla, ¿cuál es su contribución a la historia hotelera de la familia?”

“Yo creo que se debe a nuestra cultura. También ha significado muchísimo nuestra forma mentis; nosotros veníamos de FUCI y para nosotros el interés hacia el hombre siempre ha sido preponderante respecto al interés por las cosas. Yo me divierto muchísimo trabajando de hotelera. Es una satisfacción inmensa establecer contacto con muchas personas, culturas. Por ejemplo, a través de mis huéspedes estudio las relaciones de pareja.”

“Me pueden recordar algún nombre de huésped ilustre en el hotel?”

“Por ejemplo Rasetti, el cardenal camarlengo de la “Escuela de la calle Panisperna”, la de Fermi para entendernos. Después Taha Hussein, ministro de Educación egipcio en tiempos de Nasser. También…”

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